DE LA NECESIDAD DE
APROBACIÓN
Vivimos el
inicio de la tercer década del siglo XXI, y el fantasma de la soledad no
buscada y de la inseguridad personal, se erige como una enorme sombra.
A diferencia
del famoso cuadro de Goya donde “El sueño de la razón produce monstruos”,
pareciera que, desde hace un tiempo, el imperio de la emocionalidad en todo su
esplendor, los produce en cantidades exponenciales.
Este
aislamiento (y no precisamente el que tiene que ver con la actual pandemia), a
veces se produce en compañía. Queremos ser escuchados, pero nuestra voz es
inmediatamente tapada por la voz del otro. Aun así, esta indiferencia parece
ser preferible a escucharnos a nosotros mismos, a preguntarnos, para poder así
encontrar nuestras propias respuestas.
Vaya esto a
modo de introducción al tema que me lleva a escribirles hoy: las trampas a la
que nos puede llevar la soledad mal manejada, y me estoy refiriendo a aquella
que es demonizada, como una enfermedad del paria, la que conlleva a ser convertido,
por una sociedad enferma, en un “vogelfrei” (que, paradojalmente a su
significado –libre como un pájaro-, era utilizada en el siglo XVI para
denominar a las personas despojadas de todo bien, fuera de la ley, con estatus
de forajidos). Aquella que no se valora como lo que realmente
es: la mejor manera de estar con uno mismo. Se nace solo, en un estado puro. Se
muere solo, y se alcanza la paz. Entonces, ¿cómo podría ser ella algo malo en
el paso por nuestra vida?
Pero sí,
amigos: la soledad siempre tuvo mala prensa.
Es por ello
que, llevados por la vorágine del materialismo y lo emocional elegimos el “tengo,
por lo tanto, existo”, aferrándonos a la falsa, mentirosa creencia de que
poseyendo (bienes materiales, compañeros, éxitos espurios, reconocimientos “del
afuera”), existimos para los demás. Pero somos “vogelfrei”, meros fantasmas que
pasamos a través de la gente. Y lo peor, no dejamos huella.
Justamente
las antípodas de la razón. Otra vez insisto con el tema de razón versus emoción
y, me disculparán nuevamente por hacer este hincapié. Pero no encuentro forma
más clara para expresarme.
La famosa
frase de René Descartes “Cogito, ergo sum”, siendo más precisa la traducción
literal del latín “pienso, por lo tanto, soy” o “pienso, pues soy” o
“pienso, porque soy”, no hace nada más que refrendar que mi pensamiento y por
lo tanto, mi propia existencia, es algo indudable, cierto, la base fundamental para
establecer nuevas certezas. He aquí la clave, anciana como el universo mismo.
Yendo más
adelante en el tiempo, el famoso científico Niels Bohr, nos brindaba la
siguiente frase: un físico es
solo la forma en que un átomo se mira a sí mismo.
No soy física ni
nada parecido, pero me quedo con la frase: mirarse
a sí mismo, desde nuestro ser infinitesimal, pero con una estructura única,
hacia adentro y hacia el universo, logrando la conjunción (“como es arriba es
abajo”).
Pero, dejemos por
un rato las “disquisiciones filosóficas” y vayamos a lo que dio motivo a esta
reflexión.
Creemos “ganarle
la batalla” a la soledad con espadas de cotillón.
Hoy voy a
referirme a una en particular.
Hace no tantos
años surgió, hasta hacerse poderosa, otra nueva “arma” contra ella: las redes
sociales.
Ahí somos todo lo
que queremos ser y no nos animamos a llevar a cabo en la vida real. He aquí el
secreto de la piedra filosofal…que resultó ser de utilería.
Es en las redes
sociales donde podemos ser: filósofos, políticos, reinas/reyes de belleza,
odiadores, amadores, sectarios o, si nos animamos, líderes de nuestra propia
secta.
Conseguiremos
mediante ellas, la atención tan esperada, la compañía, los halagos, el pan y el
agua de una vida virtual.
El mito de Narciso
en tiempos modernos, fluctuando
locamente -en cuestión, a veces de minutos- entre una desmedida consideración de
uno mismo y de nuestras “habilidades” y un gran egoísmo con excesiva necesidad
de ser admirado y reconocido. Todo esto, a su vez, esconde en realidad una baja
autoestima, pudiendo llegar a la extremada desconsideración hacia los demás,
sus problemas y hasta sus sufrimientos.
He llegado
a leer comentarios -y no exagero- mofándose de la muerte de hijos de figuras
reconocidas. La bajeza escudada debajo de un nick o un avatar falso, puede
llegar a adquirir proporciones descomunales. “Homo homini lupus” “el
hombre es el lobo del hombre”
A mi modo
de ver, me parecen útiles en ciertas circunstancias: cuando nos hacen conocer
lugares y situaciones que ni siquiera sabíamos que existían, cuando nos inducen
al conocimiento, cuando, casi sin quererlo, nos topamos con gente rica, que nos
ayuda a ampliar nuestras miras en cuanto a temas desconocidos.
Fue así que
descubrí, entre otras cosas, nuevos puntos de vista –sobre todo de la
juventud- con respecto a varios ítems
que hacen al conjunto de la sociedad y que configuran un avance en cuanto a la
adquisición de nuevos conocimientos; la diversidad en el pensamiento científico
y filosófico, según sea la corriente, y por qué no, algunas personas que
brindan su punto de vista positivo en cuanto a lo cotidiano.
Pero
sigamos con el lado oscuro de la luna.
Me refiero
a aquellos que se convierten en verdaderos prisioneros de las redes sociales, a
los autómatas dependientes de la aceptación de los extraños, a aquellos que
miden su valía en cuanto a la cantidad de seguidores. La consigna es: no
importa quién me siga: la cuestión es sumar la mayor cantidad de “likes y
followers”.
Y esto
sería casi un lugar común entre los adolescentes. Los puedo comprender, porque
alguna vez lo fui, y es debido a que están forjando una personalidad detrás de
una búsqueda en base al empirismo de la prueba y el error. Muchos superan esa
etapa de necesidad de aprobación externa una vez terminado el colegio y
comenzada su educación superior, pues comienzan a interesarse en otras cosas
más ligadas a su formación como individuos.
Pero, esta
vez no voy a referirme a ellos. Voy a referirme a gente de mi edad, a los
adultos jóvenes y también a los adultos a secas.
Proliferan
los avatares de mujeres cuarentonas, de perfil abierto, mostrándose cual
vedettes, que les hacen ganar por día muchos seguidores que encuentran, -debido
a que muchas veces no configuran una cuenta privada-, sus fotos, acompañadas a
modo de justificación, de alguna frase “épica” para justificar esa foto “al descuido”
no menor a dos horas de maquillaje, luz cuidadosamente elegida, filtros ad hoc.
No debemos de dejar pasar tampoco los
avatares de señores de la misma edad, en cuero, mostrando abdominales a fuerza
de horas de gimnasio y proteína en polvo, pelo teñido, tatuajes en una piel que
comienza a envejecer, proyectos de lobo que quedan en cordero, ante la más
mínima señal de avance por parte de las féminas.
Tanto uno
como el otro necesitan de esa aprobación como el pan de cada día, como el agua
y hasta como el mismo aire. Esta destructiva conducta de buscar el “like”
permanente se torna una obsesión.
Inclusive
hasta se puede pensar que van al baño con el celular, y no precisamente a leer
las noticias.
Sus
principales “seguidos” son modelos, artistas, revistas del espectáculo, de las
que se alimentan (con la consiguiente frustración) y salen a ¿defender? a la/el
artista de turno de su preferencia, o a denostar a aquellos cuyas vidas
ambicionan en su fuero íntimo, sin siquiera conocer los sufrimientos que pueden
esconderse detrás de las sonrisas.
Desde los
primeros momentos de nuestra infancia, buscamos la aprobación de nuestro
primeros referentes: los padres, y a lo largo de nuestra vida, ya sea de forma
consciente o no, la de nuestros congéneres.
Pero esto
es algo que es inherente a la condición humana: la búsqueda de aprobación. Ya
sea en nuestro, trabajo, en nuestros estudios, inclusive arriba de un escenario
o de una plataforma de oratoria.
Pero…qué
sucede cuándo lo fútil adquiere, a
los ojos de las personas, aprobación “a como de lugar”.
Dónde está
la falla?
Es en algún
momento de la vida, cuando se pierde el eje de la realidad, ya sea, a raíz de
una autoestima baja (ver Autoestima: de mártires y dictadores, octubre 2010), o
de algún acontecimiento traumático acontecido.
Falta de
tiempo, falta de coraje, quizás hasta atisbos de soberbia, para encontrarse ante
la inevitable realidad desnuda de su ser. Lo que uno es a la noche, en completa
soledad, mirándose al espejo –pero no de forma narcisista- sino traspasando la
luna del mismo para mirar nuestro verdadero yo, pues es fácil disfrazarse (ya
lo decía Erasmo de Rotterdam en su “Elogio a la Locura”) de lo que no somos.
Poner una coraza para impedir vernos y que nos vean.
Poner todo
en el afuera. Que el mundo me reconozca, ya que no sé quién soy, necesito que
me lo digan, no importa si ya tengo, 30, 40, 50 o 60. Estoy muy solo/a. Un
simple like, bastará.
Y después,
comienza la triste gira para contemplar la vida de los otros. Y ahí, sin
importar el género, descargan toda esa ira acumulada desde el cobarde
anonimato: atacan, atacan con una fiereza indigna, el hombre contra la mujer,
la mujer contra el hombre, los hombres entre ellos y las mujeres entre ellas.
Se mandan “a leer” “a estudiar comprensión de texto”, los ad hominem están a la
orden del día.
Pero es aún
más encarnizado en mi género: la lucha por alcanzar el malhadado estereotipo
hace que se ensalce al ídolo con pies de barro y, ante la menor crítica,
descargan espumarajos de rabia ante quien se atreva a cuestionar a ese/a quien
nunca se enterará de que existe ya que, al igual que ellos, dedica sus horas
vacías a subir fotos pendientes de aprobación.
La red
social es claramente divisoria, como lo es todo hoy en día, pero es aún más
sangrienta (suponiendo que las palabras fuesen armas) en el desprecio hacia el
otro, en la falta de respeto, en el querer pisotear todo lo que no quieren ver.
Les lastima
el brillo del otro. Sin embargo, buscan que el afuera les de brillo.
No soy
psicóloga, ni socióloga, ni nada que se le parezca, como ya les he relatado en
anteriores entregas.
Pero eso no
quita que me plantee este tipo de temática.
Un cuchillo
bien usado, en medio de la selva, puede ayudarnos a sobrevivir.
Sólo es
necesario tomarlo por el mango, no por la hoja. Tomado de la manera incorrecta,
puede llegar incluso a desangrarnos.
A la
conclusión a la que arribo en esta nueva exposición es:
-
Tomemos
las redes sociales sólo como lo que son: un divertimento, así como lo eran las
antiguas revistas.
-
El
tiempo libre del que dispongamos, dediquémoslo a nosotros. Es tan poco el
tiempo que pasamos a solas! Descubriremos lugares dentro nuestro, -si sólo
dejamos nuestra vanidad y soberbia a un lado- que nos conectarán con el
verdadero amor hacia lo que realmente importa.
-
Y
tengamos presente, como dice Aldous Huxley, en su libro “Las Puertas de la
Percepción” (1954) que las sensaciones, los sentimientos, las intuiciones,
imaginaciones y fantasías, son siempre cosas privadas y, salvo
por medio de símbolos y segunda mano, incomunicables.
Y eso es
todo por hoy, mis amigos. Me despido con una frase de William Blake: “Si las puertas de la percepción quedaran
depuradas, todo habría de mostrar al hombre tal cual es: infinito”
Hasta la
próxima!