martes, 2 de junio de 2020

Martinasway:


DE LA NECESIDAD DE APROBACIÓN

Vivimos el inicio de la tercer década del siglo XXI, y el fantasma de la soledad no buscada y de la inseguridad personal, se erige como una enorme sombra.
A diferencia del famoso cuadro de Goya donde “El sueño de la razón produce monstruos”, pareciera que, desde hace un tiempo, el imperio de la emocionalidad en todo su esplendor, los produce en cantidades exponenciales.
Este aislamiento (y no precisamente el que tiene que ver con la actual pandemia), a veces se produce en compañía. Queremos ser escuchados, pero nuestra voz es inmediatamente tapada por la voz del otro. Aun así, esta indiferencia parece ser preferible a escucharnos a nosotros mismos, a preguntarnos, para poder así encontrar nuestras propias respuestas.
Vaya esto a modo de introducción al tema que me lleva a escribirles hoy: las trampas a la que nos puede llevar la soledad mal manejada, y me estoy refiriendo a aquella que es demonizada, como una enfermedad del paria, la que conlleva a ser convertido, por una sociedad enferma, en un “vogelfrei” (que, paradojalmente a su significado –libre como un pájaro-, era utilizada en el siglo XVI para denominar a las personas despojadas de todo bien, fuera de la ley, con estatus de forajidos).  Aquella que no se valora como lo que realmente es: la mejor manera de estar con uno mismo. Se nace solo, en un estado puro. Se muere solo, y se alcanza la paz. Entonces, ¿cómo podría ser ella algo malo en el paso por nuestra vida?
Pero sí, amigos: la soledad siempre tuvo mala prensa.
Es por ello que, llevados por la vorágine del materialismo y lo emocional elegimos el “tengo, por lo tanto, existo”, aferrándonos a la falsa, mentirosa creencia de que poseyendo (bienes materiales, compañeros, éxitos espurios, reconocimientos “del afuera”), existimos para los demás. Pero somos “vogelfrei”, meros fantasmas que pasamos a través de la gente. Y lo peor, no dejamos huella.
Justamente las antípodas de la razón. Otra vez insisto con el tema de razón versus emoción y, me disculparán nuevamente por hacer este hincapié. Pero no encuentro forma más clara para expresarme.
La famosa frase de René Descartes “Cogito, ergo sum”, siendo más precisa la traducción literal del latín “pienso, por lo tanto, soy” o “pienso, pues soy” o “pienso, porque soy”, no hace nada más que refrendar que mi pensamiento y por lo tanto, mi propia existencia, es algo indudable, cierto, la base fundamental para establecer nuevas certezas. He aquí la clave, anciana como el universo mismo.
Yendo más adelante en el tiempo, el famoso científico Niels Bohr, nos brindaba la siguiente frase: un físico es solo la forma en que un átomo se mira a sí mismo.
No soy física ni nada parecido, pero me quedo con la frase: mirarse a sí mismo, desde nuestro ser infinitesimal, pero con una estructura única, hacia adentro y hacia el universo, logrando la conjunción (“como es arriba es abajo”).
Pero, dejemos por un rato las “disquisiciones filosóficas” y vayamos a lo que dio motivo a esta reflexión.
Creemos “ganarle la batalla” a la soledad con espadas de cotillón.
Hoy voy a referirme a una en particular.
Hace no tantos años surgió, hasta hacerse poderosa, otra nueva “arma” contra ella: las redes sociales.
Ahí somos todo lo que queremos ser y no nos animamos a llevar a cabo en la vida real. He aquí el secreto de la piedra filosofal…que resultó ser de utilería.
Es en las redes sociales donde podemos ser: filósofos, políticos, reinas/reyes de belleza, odiadores, amadores, sectarios o, si nos animamos, líderes de nuestra propia secta.
Conseguiremos mediante ellas, la atención tan esperada, la compañía, los halagos, el pan y el agua de una vida virtual.
El mito de Narciso en tiempos modernos, fluctuando locamente -en cuestión, a veces de minutos- entre una desmedida consideración de uno mismo y de nuestras “habilidades” y un gran egoísmo con excesiva necesidad de ser admirado y reconocido. Todo esto, a su vez, esconde en realidad una baja autoestima, pudiendo llegar a la extremada desconsideración hacia los demás, sus problemas y hasta sus sufrimientos.
He llegado a leer comentarios -y no exagero- mofándose de la muerte de hijos de figuras reconocidas. La bajeza escudada debajo de un nick o un avatar falso, puede llegar a adquirir proporciones descomunales. “Homo homini lupus“el hombre es el lobo del hombre”
A mi modo de ver, me parecen útiles en ciertas circunstancias: cuando nos hacen conocer lugares y situaciones que ni siquiera sabíamos que existían, cuando nos inducen al conocimiento, cuando, casi sin quererlo, nos topamos con gente rica, que nos ayuda a ampliar nuestras miras en cuanto a temas desconocidos.
Fue así que descubrí, entre otras cosas, nuevos puntos de vista –sobre todo de la juventud-  con respecto a varios ítems que hacen al conjunto de la sociedad y que configuran un avance en cuanto a la adquisición de nuevos conocimientos; la diversidad en el pensamiento científico y filosófico, según sea la corriente, y por qué no, algunas personas que brindan su punto de vista positivo en cuanto a lo cotidiano.
Pero sigamos con el lado oscuro de la luna.
Me refiero a aquellos que se convierten en verdaderos prisioneros de las redes sociales, a los autómatas dependientes de la aceptación de los extraños, a aquellos que miden su valía en cuanto a la cantidad de seguidores. La consigna es: no importa quién me siga: la cuestión es sumar la mayor cantidad de “likes y followers”.
Y esto sería casi un lugar común entre los adolescentes. Los puedo comprender, porque alguna vez lo fui, y es debido a que están forjando una personalidad detrás de una búsqueda en base al empirismo de la prueba y el error. Muchos superan esa etapa de necesidad de aprobación externa una vez terminado el colegio y comenzada su educación superior, pues comienzan a interesarse en otras cosas más ligadas a su formación como individuos.
Pero, esta vez no voy a referirme a ellos. Voy a referirme a gente de mi edad, a los adultos jóvenes y también a los adultos a secas.
Proliferan los avatares de mujeres cuarentonas, de perfil abierto, mostrándose cual vedettes, que les hacen ganar por día muchos seguidores que encuentran, -debido a que muchas veces no configuran una cuenta privada-, sus fotos, acompañadas a modo de justificación, de alguna frase “épica” para justificar esa foto “al descuido” no menor a dos horas de maquillaje, luz cuidadosamente elegida, filtros ad hoc.  No debemos de dejar pasar tampoco los avatares de señores de la misma edad, en cuero, mostrando abdominales a fuerza de horas de gimnasio y proteína en polvo, pelo teñido, tatuajes en una piel que comienza a envejecer, proyectos de lobo que quedan en cordero, ante la más mínima señal de avance por parte de las féminas.
Tanto uno como el otro necesitan de esa aprobación como el pan de cada día, como el agua y hasta como el mismo aire. Esta destructiva conducta de buscar el “like” permanente se torna una obsesión.
Inclusive hasta se puede pensar que van al baño con el celular, y no precisamente a leer las noticias.
Sus principales “seguidos” son modelos, artistas, revistas del espectáculo, de las que se alimentan (con la consiguiente frustración) y salen a ¿defender? a la/el artista de turno de su preferencia, o a denostar a aquellos cuyas vidas ambicionan en su fuero íntimo, sin siquiera conocer los sufrimientos que pueden esconderse detrás de las sonrisas.
Desde los primeros momentos de nuestra infancia, buscamos la aprobación de nuestro primeros referentes: los padres, y a lo largo de nuestra vida, ya sea de forma consciente o no, la de nuestros congéneres.
Pero esto es algo que es inherente a la condición humana: la búsqueda de aprobación. Ya sea en nuestro, trabajo, en nuestros estudios, inclusive arriba de un escenario o de una plataforma de oratoria.
Pero…qué sucede cuándo lo fútil adquiere, a los ojos de las personas, aprobación “a como de lugar”.
Dónde está la falla?
Es en algún momento de la vida, cuando se pierde el eje de la realidad, ya sea, a raíz de una autoestima baja (ver Autoestima: de mártires y dictadores, octubre 2010), o de algún acontecimiento traumático acontecido.
Falta de tiempo, falta de coraje, quizás hasta atisbos de soberbia, para encontrarse ante la inevitable realidad desnuda de su ser. Lo que uno es a la noche, en completa soledad, mirándose al espejo –pero no de forma narcisista- sino traspasando la luna del mismo para mirar nuestro verdadero yo, pues es fácil disfrazarse (ya lo decía Erasmo de Rotterdam en su “Elogio a la Locura”) de lo que no somos. Poner una coraza para impedir vernos y que nos vean.
Poner todo en el afuera. Que el mundo me reconozca, ya que no sé quién soy, necesito que me lo digan, no importa si ya tengo, 30, 40, 50 o 60. Estoy muy solo/a. Un simple like, bastará.
Y después, comienza la triste gira para contemplar la vida de los otros. Y ahí, sin importar el género, descargan toda esa ira acumulada desde el cobarde anonimato: atacan, atacan con una fiereza indigna, el hombre contra la mujer, la mujer contra el hombre, los hombres entre ellos y las mujeres entre ellas. Se mandan “a leer” “a estudiar comprensión de texto”, los ad hominem están a la orden del día.
Pero es aún más encarnizado en mi género: la lucha por alcanzar el malhadado estereotipo hace que se ensalce al ídolo con pies de barro y, ante la menor crítica, descargan espumarajos de rabia ante quien se atreva a cuestionar a ese/a quien nunca se enterará de que existe ya que, al igual que ellos, dedica sus horas vacías a subir fotos pendientes de aprobación.
La red social es claramente divisoria, como lo es todo hoy en día, pero es aún más sangrienta (suponiendo que las palabras fuesen armas) en el desprecio hacia el otro, en la falta de respeto, en el querer pisotear todo lo que no quieren ver.
Les lastima el brillo del otro. Sin embargo, buscan que el afuera les de brillo.
No soy psicóloga, ni socióloga, ni nada que se le parezca, como ya les he relatado en anteriores entregas.
Pero eso no quita que me plantee este tipo de temática.
Un cuchillo bien usado, en medio de la selva, puede ayudarnos a sobrevivir.
Sólo es necesario tomarlo por el mango, no por la hoja. Tomado de la manera incorrecta, puede llegar incluso a desangrarnos.
A la conclusión a la que arribo en esta nueva exposición es:
-        Tomemos las redes sociales sólo como lo que son: un divertimento, así como lo eran las antiguas revistas.
-        El tiempo libre del que dispongamos, dediquémoslo a nosotros. Es tan poco el tiempo que pasamos a solas! Descubriremos lugares dentro nuestro, -si sólo dejamos nuestra vanidad y soberbia a un lado- que nos conectarán con el verdadero amor hacia lo que realmente importa.
-        Y tengamos presente, como dice Aldous Huxley, en su libro “Las Puertas de la Percepción” (1954) que las sensaciones, los sentimientos, las intuiciones, imaginaciones y fantasías, son siempre cosas privadas y, salvo por medio de símbolos y segunda mano, incomunicables.
Y eso es todo por hoy, mis amigos. Me despido con una frase de William Blake: “Si las puertas de la percepción quedaran depuradas, todo habría de mostrar al hombre tal cual es: infinito”
Hasta la próxima!




Martinasway: